Salmo del Día
Un Salmo bíblico diario para inspirar y mejorar tu día.
Salmo de Hoy
Oh Dios, alabanza mía, no guardes silencio.
Pues gente impía y mentirosa ha declarado en mi contra, y con lengua engañosa me difaman;
con expresiones de odio me acosan, y sin razón alguna me atacan.
Mi amor me lo pagan con calumnias, mientras yo me encomiendo a Dios.
Mi bondad la pagan con maldad; en vez de amarme, me aborrecen.
Pon en su contra a un malvado; que a su derecha esté su acusador.
Que resulte culpable al ser juzgado, y que sus propias oraciones lo condenen.
Que se acorten sus días, y que otro se haga cargo de su oficio.
Que se queden huérfanos sus hijos; que se quede viuda su esposa.
Que anden sus hijos vagando y mendigando; que anden rebuscando entre las ruinas.
Que sus acreedores se apoderen de sus bienes; que gente extraña saquee sus posesiones.
Que nadie le extienda su bondad; que nadie se compadezca de sus huérfanos.
Que sea exterminada su descendencia; que desaparezca su nombre en la próxima generación.
Que recuerde el Señor la iniquidad de su padre, y no se olvide del pecado de su madre.
Que no les quite el Señor la vista de encima, y que borre de la tierra su memoria.
Por cuanto se olvidó de hacer el bien, y persiguió hasta la muerte a pobres, afligidos y menesterosos,
y porque le encantaba maldecir, ¡que caiga sobre él la maldición! Por cuanto no se complacía en bendecir, ¡que se aleje de él la bendición!
Por cuanto se cubrió de maldición como quien se pone un vestido, ¡que esta se filtre en su cuerpo como el agua!, ¡que penetre en sus huesos como el aceite!
¡Que lo envuelva como un manto! ¡Que lo apriete en todo tiempo como un cinto!
¡Que así les pague el Señor a mis acusadores, a los que me calumnian!
Pero tú, Señor Soberano, trátame bien por causa de tu nombre; líbrame por tu bondad y gran amor.
Ciertamente soy pobre y estoy necesitado; profundamente herido está mi corazón.
Me voy desvaneciendo como sombra vespertina; se desprenden de mí como de una langosta.
De tanto ayunar me tiemblan las rodillas; la piel se me pega a los huesos.
Soy para ellos motivo de burla; me ven, y menean la cabeza.
Señor , mi Dios, ¡ayúdame!; por tu gran amor, ¡sálvame!
Que sepan que esta es tu mano; que tú mismo, Señor , lo has hecho.
¿Qué importa que ellos me maldigan? ¡Bendíceme tú! Pueden atacarme, pero quedarán avergonzados; en cambio, este siervo tuyo se alegrará.
¡Queden mis acusadores cubiertos de deshonra, envueltos en un manto de vergüenza!
Por mi parte, daré muchas gracias al Señor ; lo alabaré entre una gran muchedumbre.
Porque él aboga por el necesitado para salvarlo de quienes lo condenan.
Salmo de Ayer
En ti, Señor , busco refugio; jamás permitas que me avergüencen; en tu justicia, líbrame.
Inclina a mí tu oído, y acude pronto a socorrerme. Sé tú mi roca protectora, la fortaleza de mi salvación.
Guíame, pues eres mi roca y mi fortaleza, dirígeme por amor a tu nombre.
Líbrame de la trampa que me han tendido, porque tú eres mi refugio.
En tus manos encomiendo mi espíritu; líbrame, Señor , Dios de la verdad.
Odio a los que veneran ídolos vanos; yo, por mi parte, confío en ti, Señor.
Me alegro y me regocijo en tu amor, porque tú has visto mi aflicción y conoces las angustias de mi alma.
No me entregaste al enemigo, sino que me pusiste en lugar espacioso.
Tenme compasión, Señor , que estoy angustiado; el dolor está acabando con mis ojos, con mi alma, ¡con mi cuerpo!
La vida se me va en angustias, y los años en lamentos; la tristeza está acabando con mis fuerzas, y mis huesos se van debilitando.
Por causa de todos mis enemigos, soy el hazmerreír de mis vecinos; soy un espanto para mis amigos; de mí huyen los que me encuentran en la calle.
Me han olvidado, como si hubiera muerto; soy como una vasija hecha pedazos.
Son muchos a los que oigo cuchichear: «Hay terror por todas partes». Se han confabulado contra mí, y traman quitarme la vida.
Pero yo, Señor , en ti confío, y digo: «Tú eres mi Dios».
Mi vida entera está en tus manos; líbrame de mis enemigos y perseguidores.
Que irradie tu faz sobre tu siervo; por tu gran amor, sálvame.
Señor , no permitas que me avergüencen, porque a ti he clamado. Que sean avergonzados los malvados, y acallados en el sepulcro.
Que sean silenciados sus labios mentirosos, porque hablan contra los justos con orgullo, desdén e insolencia.
Cuán grande es tu bondad, que atesoras para los que te temen, y que a la vista de la gente derramas sobre los que en ti se refugian.
Al amparo de tu presencia los proteges de las intrigas humanas; en tu morada los resguardas de las lenguas contenciosas.
Bendito sea el Señor , pues mostró su gran amor por mí cuando me hallaba en una ciudad sitiada.
En mi confusión llegué a decir: «¡He sido arrojado de tu presencia!» Pero tú oíste mi voz suplicante cuando te pedí que me ayudaras.
Amen al Señor , todos sus fieles; él protege a los dignos de confianza, pero a los orgullosos les da su merecido.
Cobren ánimo y ármense de valor, todos los que en el Señor esperan.
Salmo de Anteayer
Pueblo mío, atiende a mi enseñanza; presta oído a las palabras de mi boca.
Mis labios pronunciarán parábolas y evocarán misterios de antaño,
cosas que hemos oído y conocido, y que nuestros padres nos han contado.
No las esconderemos de sus descendientes; hablaremos a la generación venidera del poder del Señor , de sus proezas, y de las maravillas que ha realizado.
Él promulgó un decreto para Jacob, dictó una ley para Israel; ordenó a nuestros antepasados enseñarlos a sus descendientes,
para que los conocieran las generaciones venideras y los hijos que habrían de nacer, que a su vez los enseñarían a sus hijos.
Así ellos pondrían su confianza en Dios y no se olvidarían de sus proezas, sino que cumplirían sus mandamientos.
Así no serían como sus antepasados: generación obstinada y rebelde, gente de corazón fluctuante, cuyo espíritu no se mantuvo fiel a Dios.
La tribu de Efraín, con sus diestros arqueros, se puso en fuga el día de la batalla.
No cumplieron con el pacto de Dios, sino que se negaron a seguir sus enseñanzas.
Echaron al olvido sus proezas, las maravillas que les había mostrado,
los milagros que hizo a la vista de sus padres en la tierra de Egipto, en la región de Zoán.
Partió el mar en dos para que ellos lo cruzaran, mientras mantenía las aguas firmes como un muro.
De día los guió con una nube, y toda la noche con luz de fuego.
En el desierto partió en dos las rocas, y les dio a beber torrentes de aguas;
hizo que brotaran arroyos de la peña y que las aguas fluyeran como ríos.
Pero ellos volvieron a pecar contra él; en el desierto se rebelaron contra el Altísimo.
Con toda intención pusieron a Dios a prueba, y le exigieron comida a su antojo.
Murmuraron contra Dios, y aun dijeron: «¿Podrá Dios tendernos una mesa en el desierto?
Cuando golpeó la roca, el agua brotó en torrentes; pero ¿podrá también darnos de comer?, ¿podrá proveerle carne a su pueblo?»
Cuando el Señor oyó esto, se puso muy furioso; su enojo se encendió contra Jacob, su ira ardió contra Israel.
Porque no confiaron en Dios, ni creyeron que él los salvaría.
Desde lo alto dio una orden a las nubes, y se abrieron las puertas de los cielos.
Hizo que les lloviera maná, para que comieran; pan del cielo les dio a comer.
Todos ellos comieron pan de ángeles; Dios les envió comida hasta saciarlos.
Desató desde el cielo el viento solano, y con su poder levantó el viento del sur.
Cual lluvia de polvo, hizo que les lloviera carne; ¡nubes de pájaros, como la arena del mar!
Los hizo caer en medio de su campamento y en los alrededores de sus tiendas.
Comieron y se hartaron, pues Dios les cumplió su capricho.
Pero el capricho no les duró mucho: aún tenían la comida en la boca
cuando el enojo de Dios vino sobre ellos: dio muerte a sus hombres más robustos; abatió a la flor y nata de Israel.
A pesar de todo, siguieron pecando y no creyeron en sus maravillas.
Por tanto, Dios hizo que sus días se esfumaran como un suspiro, que sus años acabaran en medio del terror.
Si Dios los castigaba, entonces lo buscaban, y con ansias se volvían de nuevo a él.
Se acordaban de que Dios era su roca, de que el Dios Altísimo era su redentor.
Pero entonces lo halagaban con la boca, y le mentían con la lengua.
No fue su corazón sincero para con Dios; no fueron fieles a su pacto.
Sin embargo, él les tuvo compasión; les perdonó su maldad y no los destruyó. Una y otra vez contuvo su enojo, y no se dejó llevar del todo por la ira.
Se acordó de que eran simples mortales, un efímero suspiro que jamás regresa.
¡Cuántas veces se rebelaron contra él en el desierto, y lo entristecieron en los páramos!
Una y otra vez ponían a Dios a prueba; provocaban al Santo de Israel.
Jamás se acordaron de su poder, de cuando los rescató del opresor,
ni de sus señales milagrosas en Egipto, ni de sus portentos en la región de Zoán,
cuando convirtió en sangre los ríos egipcios y no pudieron ellos beber de sus arroyos;
cuando les envió tábanos que se los devoraban, y ranas que los destruían;
cuando entregó sus cosechas a los saltamontes, y sus sembrados a la langosta;
cuando con granizo destruyó sus viñas, y con escarcha sus higueras;
cuando entregó su ganado al granizo, y sus rebaños a las centellas;
cuando lanzó contra ellos el ardor de su ira, de su furor, indignación y hostilidad: ¡todo un ejército de ángeles destructores!
Dio rienda suelta a su enojo y no los libró de la muerte, sino que los entregó a la plaga.
Dio muerte a todos los primogénitos de Egipto, a las primicias de su raza en los campamentos de Cam.
A su pueblo lo guió como a un rebaño; los llevó por el desierto, como a ovejas,
infundiéndoles confianza para que no temieran. Pero a sus enemigos se los tragó el mar.
Trajo a su pueblo a esta su tierra santa, a estas montañas que su diestra conquistó.
Al paso de los israelitas expulsó naciones, cuyas tierras dio a su pueblo en heredad; ¡así estableció en sus tiendas a las tribus de Israel!
Pero ellos pusieron a prueba a Dios: se rebelaron contra el Altísimo y desobedecieron sus estatutos.
Fueron desleales y traidores, como sus padres; ¡tan falsos como un arco defectuoso!
Lo irritaron con sus santuarios paganos; con sus ídolos despertaron sus celos.
Dios lo supo y se puso muy furioso, por lo que rechazó completamente a Israel.
Abandonó el tabernáculo de Siló, que era su santuario aquí en la tierra,
y dejó que el símbolo de su poder y gloria cayera cautivo en manos enemigas.
Tan furioso estaba contra su pueblo que dejó que los mataran a filo de espada.
A sus jóvenes los consumió el fuego, y no hubo cantos nupciales para sus doncellas;
a filo de espada cayeron sus sacerdotes, y sus viudas no pudieron hacerles duelo.
Despertó entonces el Señor, como quien despierta de un sueño, como un guerrero que, por causa del vino, lanza gritos desaforados.
Hizo retroceder a sus enemigos, y los puso en vergüenza para siempre.
Rechazó a los descendientes de José, y no escogió a la tribu de Efraín;
más bien, escogió a la tribu de Judá y al monte Sión, al cual ama.
Construyó su santuario, alto como los cielos, como la tierra, que él afirmó para siempre.
Escogió a su siervo David, al que sacó de los apriscos de las ovejas,
y lo quitó de andar arreando los rebaños para que fuera el pastor de Jacob, su pueblo; el pastor de Israel, su herencia.
Y David los pastoreó con corazón sincero; con mano experta los dirigió.